viernes, julio 14, 2006
... en viajes
Recuerdo esa carretera que se quiebra en una curva, sus tonos grises, el aire marino que golpea mi frente. Yo, feliz desplazo mi cuerpo por sus rincones con mi vida fuera de ese automóvil. Coreábamos canciones anticuadas y ya pasadas de moda, no teníamos estilo; solo éramos cuatro seres que se destinaban a pasar un fin de semana en la playa. Reíamos de tonteras, las típicas bromas de papá, las ideas de higiene de mi madre, los comentarios sin tener de mi hermana. Aquel departamento que nos esperaba, sus baldosas rojas en la cocina y ese uslero que cayó con intención sobre la cabeza de mi llamada abuela. El baño chico de tapices floreados, emanaba un olor de vejez y mar, las piezas con camas de fierro y cubrecamas de lana roja. Se sentía la humedad en la cada de uno de sus espacios, el encierro de horas completas percudían sus murallas con extraños seres negros que manchan su tapiz.
Cambia la vida, pero sigo recordando aquellos momentos que me entregaron felicidad, las toallas roñosas que significaban entretenimiento, esas sillas oxidadas que reflejaban a mi padre tomando sol con una bañera ridícula, sus piernas largas y su caminada torpe. Sin cesar vacilaba en empujarme, molestarme...
Mas, cuando la lluvia cubría la costa por la ventana (el viejo) cantaba “Puerto Montt” , me angustiaba pensar que el gris se volvería ahora un negro indescriptible e inexorable para la tristeza. Traté de soslayar ese momento reiteradas veces, pero tocaba nuevamente a mi puerta la melodía de una vieja canción entonada por mi progenitor en carreteras, viajes, cafés, almuerzos, citas secretas en la oscuridad de su persona.
El amor no tiene límites, menos de una hija a su padre... cuanto te equivocaste.
Un sueño de ·llvr· ::
10:04:00 p. m. ::
0 Han soñado:
Desquitese acá
---------------------------------------